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domingo, 28 de marzo de 2021

Lorena Ríos Irigoyen, enfrentar la COVID-19 en altamar

 


 Zurya Escamilla Díaz

Diez años atrás, Lorena Cristina Ríos Irigoyen decidió dejar Tlaxcala para buscar trabajo en el sector turístico de Quintana Roo; ése fue el inicio de una travesía que en los últimos dos años la ha llevado a re-correr el mundo y también a enfrentarse a la pandemia por COVID-19 en medio del mar.

De acuerdo con Cruise Market Watch, alrededor del mundo circulan 323 cruceros de diferentes compañías que tienen la capacidad de mover 581 mil 200 personas.

Tras un periodo de ocho años como recepcionista en un hotel de Playa del Carmen en Quintana Roo, Lorena decidió ampliar aún más sus horizontes y tras una serie de entrevistas, exámenes y papeleo, recibió sus boletos de avión para Los Ángeles, California, en Estados Unidos, donde aborda-ría el Golden Princess.

A bordo de este crucero, comenta, ha podido acercarse a la cultura de todo el mundo no sólo por los lugares que visita, sino por el trato constante con sus compa-ñeros de trabajo y turistas de variado origen.

Sin embargo, la pandemia de COVID-19 vendría a cambiar la dinámica de trabajo y a enfrentarles a un escenario que era incierto para toda la humanidad, pero que lo parecía aún más para quienes estaban en medio del océano con escasas posibilidades de bajar en algún puerto y con la limitada información que su localización suponía.

Aquí lo que esta joven tlaxcalteca nos comentó en entrevista.

“Esperé ocho meses a que me llamaran porque ese puesto no sólo depende de las vacantes, sino de una rotación. Empecé a trabajar allá en octubre de 2018.

Solicité el puesto de Junior Assistant que tiene cuatro roles: recepción o servicio a huéspedes; asistente de auditoría en bares y restaurantes; asistente administrativo para los procesos de embarque y desembarque; y asistente en la oficina de empleados para apoyar al personal con los vuelos, cambios de visa y cualquier información que requirieran. Yo desempeñé tres de ellas: recepcionista, asistente administrativo y asistente de empleados”.

Su primer recorrido la llevó por la costa del Pacífico, desde Los Ángeles y San Francisco, hasta costas mexicanas con parada en Mazatlán, Sinaloa, y Ensenada, Baja

California; para después dirigirse a Hawái donde estuvieron cerca de dos meses.

Tras recorrer nuevamente la costa californiana, se dirigieron a Sudamérica hacia Costa Rica, Perú, Chile, Argentina y Uruguay. Ahí terminó su primer contrató y regresó a México por algunas semanas antes de volver a bordo.

Lorena estaba lista para emprender su tercer viaje. En esta ocasión partiría desde el puerto de Melbourne en Australia, cuan-do supo de la noticia que daría un vuelco al mundo: una variante del coronavirus a la que darían el nombre de SARS-COV-2 había comenzado a esparcirse por el mundo y a cobrar vidas.

“Subí el 25 de febrero de 2020. En México ya se escuchaba lo del COVID, pero real-mente la gente no le daba importancia. Sabía que empezó en Europa, y que me tenía que subir en Australia. Mi hermano que es dentista, entonces agarré algunos de sus cubrebocas para llevármelos por-que realmente no me dieron mucha información sobre eso”, continúa.

A pesar de que la información ya empezaba a ser parte importante de las agendas noticiosas, no encontró medidas sanitarias ni uso de cubrebocas al llegar a Los Ángeles ni en Melbourne.

“No me parecía que estuviera tan mal la situación. Para el 14 de marzo escuchamos información, vimos las noticias, tuvimos rumores de que se iban a cancelar todos los cruceros, pero no nos habían confirmado. El 15 de marzo que teníamos que llegar a un puerto en Nueva Zelanda, estábamos casi llegando y no nos dejaron bajar las autoridades portuarias porque ya se había confirmado que había casos de COVID en barco Diamond Princess, de la compañía en la que yo trabajaba.

El barco en el que iba era el Golden Princess y el Diamond estaba en Japón. Nos dijeron que todos los viajes se cancelaban, que no podíamos bajar. Entonces fue el caos porque la gente ya tenía planes porque nadie esperaba eso. Inició a las tres semanas de que subí.”

EP: ¿Tuvieron casos en el crucero?

Lorena: Afortunadamente, en el bar-co en que estaba nunca tuvimos algún caso, ni huéspedes, ni empleados. Hubo una situación interesante porque para el 15 de marzo empezamos a dar vuelta hacia Australia para bajar al puerto de Melbourne, y dejar a los huéspedes porque ahí subieron todos y ahí tenían que bajar para regresar.

De regreso, nos dijeron que había gente que había compartido vuelo con una persona que estaba infectada y tenían que contactar a los pasajeros de ese mismo vuelo para hacerles la prueba para detectar el virus. Como 10 personas fueron aisladas completamente. Llegaron médicos externos al barco para hacer la prueba. Para cuando regresamos a Melbourne, el 18 de marzo, dieron los resultados, todos eran negativos

Después de eso empezamos a hacer todos los procesos de limpieza y desinfección.

EP: ¿En algún momento detuvieron el trabajo?

Lorena: Sí y no. Hasta el día que se baja-ron los huéspedes, todos trabajamos normal. Una vez que se bajaron, los que tuvieron más trabajo fueron los de limpieza para desinfectar todos los cuartos. Obvia-mente los de alimentos y bebidas seguían trabajando porque tenían que alimentar al personal, los de mantenimiento también. Los de animación, realmente ya no hacían nada. Los de bares sí seguían trabajando porque teníamos un bar para empleados que seguía funcionando.

Como recepción, nos convertimos en atención a empleados. Ahí atendíamos cualquier cosa que ellos necesitaran.

En general sí dejamos de trabajar antes, pero no por completo, solamente determinadas áreas que eran exclusivamente para huéspedes como los de animación: bailarines, cantantes, chicos que hacían espectáculos. El servicio ha estado cancelado hasta el momento.

Cuando bajaron los huéspedes, empezamos a limpiar, organizar y ver cómo se hacía todo porque apenas nos estaban llegando indicaciones desde la oficina central de Princess, nos decían qué hacer y cómo hacerlo.

Éramos la compañía que había tenido el COVID, todas las noticias decían lo mismo.

Escuchabas en todos lados que todos los barcos estaban infectados, cuando fueron tres únicamente (la línea cuenta con 17). El Diamond fue el que tuvo más casos: 700 personas entre huéspedes y empleados, otros tuvieron pocos casos.

En Melbourne nos dejaron quedarnos ahí una semana, dos como máximo, y después el gobierno de Australia dijo que ningún barco podía estar estacionado ahí. Entonces tuvimos que irnos a mar abierto, cerca de Malasia.

Ahí nos dijeron que tampoco podíamos anclar en sus puertos y nos fuimos hacia Filipinas. Estuvimos allá todo mayo y todo junio, nadie podía bajar. Únicamente los empleados que estábamos enviando de regreso a sus casas porque ya no estaban trabajando o porque sus puestos no eran esenciales o porque sus países estaban abiertos. Muchos habían cerrado sus fronteras y eso hizo que no pudiéramos bajar a muchos al principio.

Como yo estaba en la oficina de atención a los empleados siempre tuve mucho trabajo porque estuvimos checando sus pasaportes, sus vuelos, todos los papeles que necesitaban para subir o bajar. Entonces teníamos que enviarlos en un barquito de nuestro barco al puerto.

La verdad fui afortunada porque siempre hubo cosas que hacer.

EP: ¿Con qué dificultades de enfrentaste?

Lorena: La falta de información principalmente y la incertidumbre de no saber lo que va a pasar porque si bien los huéspedes estaban preocupados por no saber qué pasaba, los empleados más porque nosotros trabajamos de eso.

Nos preguntaban siempre cuándo íbamos a regresar, no lo sabíamos, o qué iba a pasar con su salario, si les iban a llamar. No era que no quisiéramos ayudar, sino que tampoco lo sabíamos. Así como estaban ellos, estábamos todos, nadie sabía si nos iban a pagar algún tipo de indemnización.

Hay que agradecer que no nos estaban sacando a todos y diciendo que nos fuéramos como pudiéramos. Nos pagaron los vuelos de regreso y mientras estábamos en el barco teníamos comida, techo e internet.

Principalmente era la duda de no saber qué estaba pasando porque estábamos en el mar; es decir, sí nos llegaba información, pero no era lo mismo a estar en tierra.

EP: ¿Qué experiencia te ha dejado este trabajo antes y después del COVID? ¿Qué has podido aprender?

Lorena: Aprendí como lección de vida que hay que ahorrar. Siempre lo he sabido, pe-ro no te das cuenta hasta que te sucede algo horrible como en este caso.

Si no ahorras, ya valiste, porque todo el tiempo que trabajé en Riviera, sí guardaba dinero, pero pude haber ahorrado muchísimo más.

Cuando me subí al barco dije “no, esta vez tengo que ahorrar un poco más”; principalmente porque voy a estar en él, no bajaré tanto y cuando lo haga, sé que a los lugares a donde podré ir va a ser diferente la moneda y no quiero gastar tanto.

Viendo lo del COVID, si no has ahorrado y de la nada te quedas sin trabajo, ¿de qué vas a vivir? Tienes que haber invertido o ahorrado. Mucha gente paga sus casas, sus autos, la educación de sus hijos; si no tienes empleo y ahorros, ni siquiera quiero pensar en eso porque me deprime.

Yo no tengo responsabilidades, pero si tu-viera, no sé qué haría. Ésa es mi lección más importante y, en segundo lugar, cui-dar mi salud porque no puedes confiar en nadie.

Como dicen, esta enfermedad vino a acercar más a las familias, a que estemos en el hogar. Realmente, sino es tu familia, ¿quién te ayuda en estos momentos en que te tienes que aislar 15 o 20 días? Nadie está ahí para ayudarte, llevarte la comida o para decirte hola, al menos.

De los 27.5 millones de personas que se movieron en crucero en 2019, en 2020 sólo lo hicieron siete millones. Cruise Market Watch estima que este año podría haber una recuperación del 50 por ciento respecto al año anterior; situación que, sin embargo, aún queda lejos de alcanzar la cifra de 2019.

Mientras tanto, Lorena ha regreso a trabajar a la Riviera Maya, donde se enfrenta a nuevas condiciones de trabajo con más estrictas medidas sanitarias.

“Las empresas son flexibles porque el personal se redujo al 30 por ciento, ya que de haber tenido ocupaciones al 100 o sobre-venta, ahorita no podemos tener a más de ese 30 por ciento de huéspedes.

En el hotel donde estoy es un complejo de seis edificios, como tres mil 500 habitaciones. En el lobby donde estoy son 850 habitaciones, de ellas solo tenemos 30 por ciento ocupado porque no podemos tener más.

Te dan contratos temporales de 15 días, un mes, dos meses y realmente dejaron a la gente que tenía su contrato fijo, le die-ron preferencia. Es complicado, aún hay trabajo, pero es muy distinto”, comenta.

Al pedirle una reflexión final, la joven se enfrenta a una disyuntiva entre pedir que viajen o no lo hagan. “Aunque queramos evitar que se propague el virus y quedar-nos en nuestras casas, aquí es complicado que pueda ser así, sobre todo en zonas de playa donde literalmente viven del turismo. Los otros negocios locales no funcionan si no hay turismo, éste le da empuje y salario a todos los demás”. ⚫

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