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José Dionicio Vázquez Vázquez (junio 2020) La migración internacional permanece constante, y se
proyecta que seguirá su número en ascenso, pues se prevé que para el año 2050
habrá más de 400 millones, es decir, 142 millones más que en el año 2017.
En ese marco, aunque no hay cifras determinantes, se
refiere que existen al menos 10 millones de migrantes internacionales “que
tienen algún tipo de dificultad en sus funciones y estructuras corporales, se
calcula que al menos existen dos millones de migrantes con discapacidad”
(COAMEX, 2019). Donde se han estudiado migrantes con ciertas discapacidades es
sobre todo los que provienen del denominado Triángulo Norte, integrados por
Guatemala, Honduras y El salvador.
Investigadores integrantes de la coalición citada
enmarcan las problemáticas de colectar datos en distintos puntos de México a
los migrantes en tránsito, tales como Aguascalientes, Baja California,
Chihuahua, Coahuila, Estado de México, Guanajuato, Hidalgo, Michoacán,
Monterrey, Michoacán y Tamaulipas.
El trabajo de campo hacia los migrantes discapacitados y
no discapacitados lo realizaron entrevistando a encargados de albergues,
instituciones que orientan y apoyan a los migrantes como la
Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Grupo Beta y
de organismos internacionales.
Las discapacidades de los migrantes se han producido en
su paso por México por mutilación al saltar del tren “La Bestia”, al sufrir
disparos en el cuerpo o volcarse el camión que los trasladaba. Las afectaciones
postraumáticas por tales eventos, además de las vejaciones recibidas por
autoridades y población en general han producido afectaciones motrices,
intelectuales, mentales y de exclusión social debido a la ingesta de sustancias
prohibidas o por tener una orientación sexual diferente (Cfr.: 32-33).
Aun
con la existencia de La Ley de Migración de México y Ley General para la Inclusión de las
Personas con Discapacidad (LGIPD) donde se reconoce su vulnerabilidad, en la realidad
las cosas son muy distintas. Actualmente es muy difícil contar con datos que
den cuenta de las discapacidades que adquieren los migrantes que deportan o
regresan voluntariamente a México. Lo que sí se sabe, con datos del 2014 es que
un 22 por ciento de los connacionales regresan con problemas de salud mental a
sus lugares de origen (Cfr.: 10).
Imaginemos ahora la situación que deberían enfrentar los
padres de familia que retornan desde los Estados Unidos a Tlaxcala para
reinsertar al medio educativo a sus hijos con algún tipo de discapacidad.
Seguramente acudirán a los hospitales o recurrirán a médicos a tratar a sus
hijos de acuerdo a sus padecimientos, y si bien saben qué hacer, las decisiones
que tomen tendrán como base la experiencia adquirida como padres en los Estados
Unidos, en tres ámbitos: “personal-familiar, de salud y educativo […] donde
la lógica es una ruptura ideológica de la normalidad que se vive desde lo
personal–familiar, la restauración que se intenta hacer de esa ruptura mediante
un pensamiento mágico que confía en que la medicina todo lo puede solucionar y,
finalmente, la organización de la ruptura que, desde la educación, pudiera
sustituir el fracaso de la magia anterior.” (Pava-Ripoll, 2020: 17).
La forma de actuar de los padres se fundamentará en cómo
manejen las situaciones a través de su capital emocional “que se refiere […]
al conjunto de emociones y experiencias que definen las maneras cómo las
personas se constituyen subjetivamente, así como inter-actuar, interpretar, expresar,
y vivir los acontecimientos de la realidad” (ibíd. 19).
O sea, de forma similar en cómo funciona el habitus:
desde las emociones aprendidas en la inculcación familiar; reflexionan de cómo
van a enfrentar la realidad que se les presenta (reinsertar a sus hijos
discapacitados), mediada por los sentimientos y la razón, para tener una
posición social como agente con posibilidades de transformar o mantener su
situación subjetiva, ante la objetividad que se les presenta (sistema escolar).
En ese orden de ideas, la investigación aplicada de Ruiz
y Cedillo (2017) a niños sin discapacidad, que conviven con niños
discapacitados, encontró lo siguiente: la estancia de sus hijos se verá puesta
a prueba en alguna medida por la convivencia con sus compañeros sin discapacidad,
aunque estos muestren una actitud positiva y neutral en aspectos cognitivos y
afectivos.
En términos conductuales no se garantiza una convivencia
efectiva, pero sí podría existir empatía, a menos que sus compañeros de salón
tuvieran algún familiar con discapacidad. Pueden trabajar en el salón, convivir
con ellos, apoyarlos en sus actividades, sentarse al lado, ir a fiestas, pueden
vestirse y bañarse. Respecto a la convivencia, opinan que optan por jugar más
con ellos, dependiendo de la discapacidad de cada compañero (visual y motriz, y
le sigue la auditiva).
En conclusión, los niños que cuentan con atención
especializada conviven mejor con sus compañeros discapacitados (Ruiz y Cedillo,
2017). Sumado a este aspecto, se debe considerar la posibilidad latente del
maltrato psicológico, en sus diferentes tipos.
De acuerdo a los niveles de expresión, existen
comportamientos manifiestos donde el maltrato psicológico pueden padecerlo
tanto los padres de familia como los niños migrantes retornados con
discapacidad en escuelas, sobre todo en aquéllas donde no existe la atención
por parte de los Centros de Atención Múltiple (CAM) o Unidades de Servicios de
Apoyo a la Educación Regular (USAER).
El maltrato psicológico puede ir desde la
desvalorización: ridiculizando o despreciando a los actores, pasando por la
hostilidad; reprochando, amenazando o insultándolos. Siendo indiferentes o
evitando ser empáticos con ellos. Intimidar con gestos y posturas amenazantes,
imponiendo conductas como el aislamiento social. Hacer que se sientan culpables
con acusaciones y negaciones, manipulando la realidad debido a una actitud de
bondad aparente (Cfr.: Blázquez-Alonso, et al., 2012).
Lógicamente, estas acciones no son privativos sólo de los
niños con discapacidad, pero son los actores más vulnerables, susceptibles de
recibir con mayor fuerza los maltratos. Lo más importante es considerar que la
situación de los niños migrantes retornados con ciertas discapacidades aun es
invisible en México y en el estado de Tlaxcala. La situación actual de
contingencia sanitaria, no permite siquiera iniciar la investigación para dar
voz a los actores, y ampliar la limitada casuística.
Fuentes
Informe especial sobre migración y discapacidad. Una
mirada desde la interseccionalidad. Coalición México por los derechos de las
personas con discapacidad (COAMEX).
Consulta del 01 de junio de 2020). Disponible en https://yotambien.mx/wp-content/uploads/2019/09/COAMEX-Migracio%CC%81n-y-Discapacidad.pdf
Nora Aneth Pava-Ripoll (2020) Discapacidad y narrativas
emergentes desde las experiencias maternales y paternales, Intersticios.
Revista Sociológica de Pensamiento Crítico, Vol. 14 (1), España ISSN:
1887-3898.
Galván Ruiz, Jeanette Leticia; García Cedillo, Ismael
(2017) Actitudes de los pares hacia niños y niñas en condición de discapacidad.
Revista Actualidades Investigativas en Educación, vol. 17, núm. 2,
Mayo-Agosto, pp. 1-26. Instituto de Investigación en Educación, Universidad de
Costa Rica. ISSN: 1409-4703. DOI: 10.15517/aie.v17i2.28673.
Blázquez-Alonso, Macarena; Moreno-Manso, Juan Manuel;
García-Baamonde Sánchez, Ma. Elena; Guerrero-Barona, Eloísa (2012) La
competencia emocional como recurso inhibidor para la perpetración del maltrato
psicológico en la pareja. Salud Mental, vol. 35, núm. 4, julio-agosto, pp.
287-296, Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz, México.
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