Fotos
y Texto: Zurya Escamilla Díaz.
Son las 4:30 de la mañana y las luces de una casa ubicada en la calle Victoria de Leamington, Ontario, se encienden. A partir de ese momento y hasta las ocho am, 16 mexicanos y un guatemalteco se alistan, escalonadamente, para iniciar su jornada laboral en alguna de las 100 farmas (granjas) que hay en ese poblado de apenas 31 mil habitantes.
Los moradores de esa casa
son tan sólo algunos de los miles de mexicanos y de latinos que viajan a Canadá
todos los años, principalmente a las provincias de Ontario y Quebec, para
prestar su fuerza de trabajo en distintas áreas de la economía, principalmente
la agrícola, manufacturera y de construcción.
Como la mayoría de los migrantes, van en la búsqueda de una mejor
calidad de vida, más ingresos e incluso con nuevos horizontes (no precisamente
materiales) y, por qué no, para huir de toda clase de problemas.
Migran
para trabajar entre seis y ocho horas diarias, con un pago que va entre los 10
y 14 dólares canadienses (CAD) por hora; según la actividad, la demanda, el
tiempo trabajado y su estatus migratorio.
Los aventureros
En esa casa con la típica fachada gris, dos pisos y un sótano, viven –al menos- 18 personas: 15 en alguna de las cinco recámaras de la planta baja, tres más en el sótano y un número indeterminado en el primer piso, pues no interactúan con los demás y sólo se sabe que el lugar está habitado por las pisadas que retumban en el techo.
En esa casa con la típica fachada gris, dos pisos y un sótano, viven –al menos- 18 personas: 15 en alguna de las cinco recámaras de la planta baja, tres más en el sótano y un número indeterminado en el primer piso, pues no interactúan con los demás y sólo se sabe que el lugar está habitado por las pisadas que retumban en el techo.
Los 18 comparten el baño. Sólo 15 comparten la cocina con tres
refrigeradores y alacenas que guardan alimentos con el nombre de su propietario.
No en todas las casas es así. En otras vive menos gente,
depende del casero. A algunos de ellos no les importa cuánta gente viva,
siempre que paguen la renta.
Una
de las habitantes de esta casa es una joven veracruzana, con cerca de un año en
Canadá, quien asegura que -como mujer- le fue sumamente difícil llegar. Le “ayudó” un licenciado para garantizarle tanto
un espacio de trabajo como un techo. Por este servicio, pagó 25 mil pesos más
los boletos de avión.
Al
llegar, la realidad fue muy diferente a la prometida. Cerca de mes y medio compartió
una habitación con siete hombres y otra mujer. Fue difícil, dice, porque no
encontraba privacidad para cambiarse de ropa o descansar. Eso sí, el licenciado
le dio buenos consejos para pasar migración: ser mujer, ayuda; hablar inglés,
viajar en familia y con poco equipaje, también.
Como todos los que viajan sólo con la Autorización Electrónica
de Viaje (ETA por sus siglas en inglés) para “turistas”, ella busca trabajo a
través de contratistas, la mayoría latinos, que reciben entre dos y
cuatro dólares por cada trabajador que llevan a las farmas.
Tiempo
después encontró el lugar donde ahora habita. Una casa que comparte con 15
personas, a veces menos y otras más, pero con una habitación que fue sólo para
ella hasta que generosamente abrió la puerta a amigas y amigos que llegaron sin
un lugar para quedarse.
Para
los jornaleros es claro que las pesadas horas de trabajo requieren un espacio
digno para dormir y recuperar fuerzas; sin embargo, no siempre es posible.
Si
bien los habitantes de esa casa en calle Victoria se ven como buenos amigos, no
están exentos de los problemas que genera la convivencia diaria con
desconocidos: decidir quién lavará los trastes, qué comida es para compartir y
cuál para reservar, el compartir el baño, realizar la limpieza; incluso, ajustar
la calefacción.
Su consejo
para los recién llegados: dejar de pensar en pesos porque la ganancia será en
dólares canadienses y hacerlo de otro modo sólo hará la vida más difícil. Pero
cuando llegas y aún no recibes un pago, es inevitable convertir los 17 CAD a
cerca de 300 pesos que cuesta comer en el “muy barato” buffet chino.
También,
sugiere evitar las distracciones en el trabajo porque los supervisores y patrones no reparan
en gritar a quien no trabaja o no lo hace con eficiencia.
Aquí
nadie quiere irse a la banca, pues la hora del lunch, los descansos y el tiempo
que pasas en ella –ya sea por la reducida producción o a manera de castigo- no
se retribuye.
No
obstante, esta situación no es para todos. Otros trabajadores son reclutados en
su lugar de origen con visa de trabajo.
Tal es
el caso de un taxista de Tlaxco, municipio tlaxcalteca, quien fue contratado como parte del Programa
de Empleo Temporal para Trabajadores Agrícolas en Canadá (PTAT) y llegó a
trabajar a una empacadora. Asegura que tan sólo en Leamington habitan cerca de
400 tlaxcaltecas y que en cada ciudad que ha visitado, ha encontrado oriundos
de la tierra del pan de maíz.
Entre
2012 y 2018, el PTAT ha enviado 152 mil 24 mexicanos a laborar en Canadá; de
los cuales, 13 mil 847 son tlaxcaltecas. Además, el gobierno canadiense
registra más de 400 mil mexicanos que han ingresado a su territorio por
diversas razones.
El
director de Atención a Migrantes en Tlaxcala, Salvador Cote Pérez, estima que
de cada 10 viajeros a tierras canadienses, siete van por motivos de estudio o
trabajo y, los tres restantes, en calidad de turista.
Tras los dos primeros años, el joven taxista
volvió a la tierra del queso y el pulque, pero sólo de visita. Poco después, regresó
a Canadá para trabajar como empacador, luego en la construcción. Ahora se
dedica a los “raites” (una forma de servicio de taxi) como lo hacía en Tlaxco.
Algunos contratistas le llaman para que pase por los trabajadores al inicio y al
final de la jornada. Comenta que, semanalmente, su ingreso alcanza el de los
jornaleros, pero el esfuerzo de trabajo es mucho menor
Y, a
propósito, ¿cuánto ganan? Entre mil 440 y cuatro mil 800 CAD a la semana (entre
20 mil 160 y 72 mil pesos mensuales si se considera un tipo de cambio mínimo de
14 pesos y un máximo de 15). Menos: renta (300 CAD en promedio), los “raites” que no vienen incluidos en la contratación (100 CAD al mes), y la comida
(400 CAD al mes aproximadamente); les da un margen de ganancia entre 700 y
cuatro mil dólares canadienses mensuales.
Pero no
todo es trabajo, junto a los jamaiquinos de piel oscura que también llegan a
las farmas; los fines de semana concurren a los bares de la ciudad, todos muy
peculiares. El Paraíso, dicen, es el peor de todos; frecuentado principalmente
por latinos, es uno de esos lugares donde ser mujer significa atraer decenas de
insistentes e indeseadas miradas o piropos.
También
está Mezza, a donde también acuden latinos, pero con un ambiente más
amigable; o Crazy Moe’s donde los clientes son principalmente jamaiquinos. Los
demás son frecuentados por canadienses, y no es que te impidan el paso;
pero las miradas te hacen saber que no eres bienvenido.
A
través de los años, algunos de los que han prestado su mano de obra en las
diferentes provincias de Canadá, ya han logrado su residencia e incluso se han
jubilado. Según las estadísticas de migrationpolicy.org, entre el 10 y 25 por
ciento de los trabajadores temporales se convierten en residentes permanentes.
Tal
es el caso de un poblano, quien desde hace 30 años reside en ese país y
actualmente también funge como contratista y renta cuartos de su casa. Él,
particularmente, vive en un espacio de 15 metros cuadrados que anteriormente parecía
destinado a una cochera.
En él se acumulan una cama matrimonial, un tocador, una mesa
para computadora, un refrigerador, una mesa de cristal, unas mesas con botellas
de diferentes tipos de vinos y licores; así como muchas memorias de México y de
Telmex, lugar donde prestó sus servicios durante mucho tiempo.
Son
ellos, los migrantes quienes, más allá de su estatus, llegan a dar vida a una
población donde la mayor parte de los jóvenes canadienses ha emigrado a Estados
Unidos o a otras ciudades de Canadá; por lo que entre la población nativa
predominan los adultos mayores.
Ahora,
el español se coloca como uno de los idiomas no oficiales más hablados de la
ciudad, con más de mil 300 hispanohablantes, según www12.statcan.gc.ca.
En
temporada invernal, el sol se oculta tras una densa masa de nubes grisáceas y
Leamington casi se convierte en un pueblo fantasma; pues sólo entre las dos y
cuatro de la tarde se ve a canadienses y migrantes moverse hasta los
restaurantes o centros comerciales más cercanos.
En
esa temporada, el ferry que transporta a la isla Pelee, donde se produce vino,
se encuentra anclado a la espera de una mejor temporada que sin duda llegará;
pues ese lugar donde las temperaturas pueden bajar hasta -30° centígrados,
también pueden subir a 30°.
Leamington se sitúa a
siete horas de la capital de aquél país, Otawa, y la cantidad poblacional
señalada en un letrero a la entrada contempla a cerca de seis mil 900 latinos que
residen o trabajan entre tres y seis meses al año en actividades relacionadas
con la producción y empaque de pepinos, tomates, setas, marihuana o pimientos.
Según Cote
Pérez (DAM), la cifra real de tlaxcaltecas que laboran en ese país es difícil de
determinar porque no todos avisan que viajarán, otros ingresan en calidad de “turistas”
y se quedan a trabajar, algunos otros ya no son contactados a través el gobierno,
sino de sus familiares.
Comparativamente
con la migración a Estados Unidos, la de Canadá es más flexible por los
requisitos, los costos (el ETA cuesta 7 CAD, mientras que la visa
estadounidense cuesta 160 dólares americanos), el tiempo para obtener la documentación y
la repatriación mínima, prácticamente nula.
Los
paisanos, dice el director de la DAM, “son
bien vistos. Si hay algo de lo que tenemos que sentirnos muy orgullosos es que
nuestra gente es muy trabajadora. Está muy bien cotizada, no solamente en
Canadá y Estados Unidos, sino en cualquier parte del mundo porque saben que los
mexicanos, en particular los tlaxcaltecas, son muy trabajadores. Su misma
creatividad, talento, ganas de hacer las cosas son las que les recomiendan”.
Así, la
migración se vuelve para unos un sacrificio momentáneo; para otros, destierro o
refugio; y para otros tantos, el
acercamiento a una vida ¿mejor? Por lo menos, sí con más ingresos. Al final, un
reflejo en el espejo o, depende quién y cómo se mire, también un espejismo.
Epílogo
Antes de partir, unas muestras de arrepentimiento. Una enfermera que en México cubre el turno de la noche afirma que su estancia será breve; pues el trabajo es más pesado y no le retribuye igual. Mientras, otro joven asegura que, en proporción, gana lo mismo en su natal Veracruz, “sin tanta chinga”.
Antes de partir, unas muestras de arrepentimiento. Una enfermera que en México cubre el turno de la noche afirma que su estancia será breve; pues el trabajo es más pesado y no le retribuye igual. Mientras, otro joven asegura que, en proporción, gana lo mismo en su natal Veracruz, “sin tanta chinga”.
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