Zurya Escamilla Díaz (14 de enero de 2019) ¿Gobierno de hombres o gobierno de leyes? ésa es la pregunta que Norberto Bobbio pone sobre la mesa al hablar sobre cuál de los dos es más proclive a corromperse.
Para el italiano, la respuesta parece muy simple. Es mejor contar con un sistema construido sobre leyes porque los hombres se corrompen muy fácilmente.
Pero, ¿qué pasa cuando los hombres sobrepasan las leyes? o, peor aún, ¿qué pasa cuando las construyen a modo? En teoría, ésta tendría que ser una aberración imposible; en la práctica, y en el Estado Mexicano, es tristemente frecuente.
Hoy, con la transición de gobierno, esto es más evidente que nunca. No sólo con el alumbramiento de corruptelas como las que han propiciado el robo de combustible, el narcotráfico y el arraigo de problemas sociales como la violencia y la pobreza; muchos de los cuales se antojan impensables en pleno siglo XXI.
También se hace evidente en la llegada de una mayoría abrumadora a congresos estatales y al de la Unión. Mayoría que debiera asumir su tarea con responsabilidad y no con la embriaguez del poder.
Saltan a la vista actitudes y comentarios del presidente que, a menudo, contradicen su constante afirmación -incluso obsesiva- de que todas las acciones se efectuarán al amparo de la ley.
Mientras, un legislativo impulsa y aprueba reformas para satisfacer un proyecto de nación que está muy lejos de ser claro.
Sí, sí. Combate a la corrupción, atención a grupos vulnerables, seguridad y bienestar para todos. Sí a todo, porque ¿quién se atrevería a dudar que éso es lo que necesitamos? Pero... ¿se ha tomado el camino correcto?
Las leyes no deben pensarse en una coyuntura y tampoco las decisiones; quien las presenta, aprueba y ejecuta debe pensar en el futuro.
Sobre todo, deben cuidar que la solución de hoy no sea el problema de mañana. Mucho menos, debe abrir puertas a fantasmas que ya habían quedado atrás, sólo al acecho del imaginario colectivo.
Hay puertas que no debieran abrirse. Sin embargo, el ejemplo en varios países de América Latina hace pensar en la inminente reaparición de esos fantasmas: el autoritarismo, la censura, formas de violación a los derechos humanos que se antojaban ya, leyendas de terror.
Ya lo vivimos hace seis años con las reformas estructurales, lo vivimos cada sexenio. Si cada gobierno que llega se encarga de modificar la leyes de acuerdo a sus intereses, este país seguirá sin caminar con un rumbo fijo.
Ahora, más que nunca, la ley y la división de poderes deben ser el escudo que proteja a los ciudadanos de la ira del Leviatán y, ¿por qué no?, el nacimiento de un nuevo Luis XIV.

El intento de restauración de la nación es un proceso que lleva tiempo, sin embargo el sistema de leyes que benefician a unos cuantos y la avaricia de las personas de esta nación así como las conductas inapropiadas de los pobladores son indicios de un bajo nivel educativo. Quizás seamos un país rico en recursos Pero somos un país pobre en valores Y eso nos convierte en un país tercermundista.
ResponderEliminarCada país tiene el gobierno que se merece según lo que cada ciudadano exige.
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