Profesor-Investigador
en El Colegio de Tlaxcala A.C.
Recientemente
Netflix ha puesto a disposición de sus usuarios un nuevo material. Lo han
traducido al español como “El dilema de las redes sociales”. Es, como
ellos mismos lo clasifican, una especie de híbrido cinematográfico entre drama
y documental. En la película, se entreteje el relato “ficticio” de un joven
adicto a las redes y a su celular, con poderosos argumentos muy bien
documentados por ex profesionales de Google, Facebook, Twitter, Instagram,
entre otros especialistas.
Una
de las tesis principales de la película podría formularse del siguiente
modo: “Las redes, representan una amenaza existencial para la humanidad”. Esa afirmación se argumenta en el hecho,
bastante constatado, de que las personas, sobre todo jóvenes,
adolescentes y niños, han ido poco a poco, perdiendo el rumbo de sus vidas,
en brazos de las tentaciones de estas redes, que han encontrado la manera
de apoderarse de la realización de algunas de las más importantes motivaciones
de los seres humanos: reconocimiento, aprobación, aceptación social, poder,
éxito, en fin, de la creación de la ilusión de triunfadores.
Los
testimonios vivientes que participan en el film reconocen que este fenómeno
de manipulación social no es nuevo en lo absoluto. Es lo que han hecho
siempre la mayoría de los líderes políticos a lo largo de la historia, las
campañas publicitarias, la prensa, la televisión, la iglesia, las grandes
corporaciones; incluso hasta la escuela, cuando se inserta en los grandes
sistemas educativos formalizados. Lo nuevo es que el salto cualitativo que ha
permitido el impetuoso desarrollo de la tecnología promete elevar las
capacidades manipulativas de todos esos actores juntos, a niveles nunca
logrados.
Los
valores de la democracia, la libertad, los derechos humanos, la paz, están
ahora más en peligro que nunca,
lo cual ocurre de forma encubierta bajo el manto de las incuestionables
virtudes, adelantos, facilidades, comodidades, oportunidades, que todos estos
recursos tecnológicos han traído indiscutiblemente a nuestras vidas. El
problema, como se ha repetido muchas veces, no es la tecnología, es el uso que
se le dé, el propósito para el que se utilicen. Pero, al parecer ciertos
grupos de poder, pertenecientes a ciertas clases, insisten en hacer cierto uso
de ella, para fortalecer ciertos poderes económicos y políticos de dominio y
control social.
Son
algunos de los usos que se le dan a las redes sociales y a las tecnologías de
la comunicación los que refuerzan y potencian esos riesgos, que, sin lugar a
duda son muy reales. En sentido contrario salta a la vista, como antídoto
evidente, el que las redes, y aplicaciones, han tenido para garantizar el
contacto entre maestros y estudiantes, de todos los niveles, en el contexto
de la pandemia de COVID-19 que azota al mundo. Son muchas las muestras de
utilización de las redes para garantizar diálogos constructivos, intercambios
académicos, vínculos educativos, aprendizajes auténticos. Son muchas las
potencialidades de todos estos recursos para producir un cambio paradigmático
real en los procesos educativos, que les permitan asumir su carácter
interactivo, constructivo, desarrollador y emancipador, que nunca han
alcanzado.
No
obstante, el documental de Netflix, y otras muchas evidencias, nos avisan de
que algo terrible se está configurando, está ocurriendo ya, desde hace mucho, y
que debemos reflexionar sobre el asunto desde todos nuestros ámbitos: personal, familiar, laboral, social. Lo que
el filme describe, atenta directamente contra la Capacidad de Agencia de los
seres humanos, es decir, reduce las potencialidades de autorregulación del
comportamiento de personas y grupos. De seguir ese rumbo, las redes
sociales amenazan en convertirse en potentes barreras estructurales para la
autodeterminación, lo que dicho en otros términos no es más que perder el poco
margen que nos va quedando para ser libres. Es decir, de guiar nuestro
comportamiento por rutas seleccionadas realmente por nosotros mismos de manera
al menos, relativamente independientes.
Cada
persona en particular debería reflexionar autocríticamente sobre el uso que le
está dando a las redes y recursos tecnológicos. Pensar seriamente, en para que los necesitamos realmente y trazar
una estrategia de uso constructivo para nuestras vidas. El uso del celular,
tabletas, computadoras, provoca un placer funcional, que poco a poco se va
convirtiendo en adicción. Llega el momento que no podemos apartarnos
de ellos y nuestras vidas se ponen en función de su uso, cuando debería ocurrir
exactamente al revés.
En
la familia, padres y madres deben observar y regular el uso que sus hijos,
niños, adolescentes y jóvenes hacen de esos artefactos. Jugar, chatear, ver
videos, oír música, son actividades muy beneficiosas siempre que se realicen en
el momento y tiempo adecuado, en las dosis correctas. El establecimiento de
reglas, normas y compromisos de uso racional de los artefactos tecnológicos,
puede ser un procedimiento muy saludable. Estamos hablando justamente de un
tema de salud mental, física y espiritual.
Se
debe llenar nuestras vidas y la de nuestros hijos, de acciones que tengan un
sentido y un fin positivo a largo plazo y utilicemos las herramientas
tecnológicas como apoyo y medio para lograr esos fines. Es lo que son realmente:
herramientas, medios, recursos para lograr metas y objetivos integrados en un
proyecto de vida saludable y sustentable con nuestro entorno natural y
cultural.
Te propongo un ejercicio. Coloca tu celular en un lugar donde puedas verlo. Míralo y pregúntate: ¿Qué estás haciendo conmigo? ¿Qué hago yo contigo? ¿Para qué te necesito realmente? Responde esas y otras preguntas. Toma decisiones y traza una nueva estrategia de comportamiento acerca de él. Dale un sentido positivo a tu vida, reconstruye un proyecto y no permitas que una pantalla te induzca en todo momento lo que debes hacer. Toma el control de tus acciones y haz que tus hijos aprendan a hacer lo mismo
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