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miércoles, 23 de septiembre de 2020

De la rutina al ritual

 



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Por José Dionicio Vázquez Vázquez (septiembre, 2020) Algunas de las prácticas rutinarias que antes eran costumbres o hábitos se van convirtiendo en rituales, como el de la asistencia o participación a ceremonias religiosas que, de ser consideradas banales, ahora se van constituyendo como parte de la vida cotidiana familiar.

Y los feligreses nominales han pasado de ser meros espectadores pasivos a (veces) ser creyentes. Las ceremonias religiosas tienen la claridad de lo que constituye un rito. En primer lugar, porque es el ritual de rituales que se vincula directamente con la religión, y segundo, porque tiene el halo de santidad o de trascendencia espiritual.

Tan importante es su papel en las costumbres y creencias de las personas, que fueron las asociaciones religiosas, en sus diversas denominaciones (iglesias) en ser las primeras instituciones en el país, ante el virus de moda, en tomar medidas desde el mes de marzo de este año, para no perder a su feligresía, dejando fluir las publicaciones en redes sociales virtuales los anuncios ligados a esas prácticas: “Los católicos mexicanos contarán con una App para saber dónde hay misa por internet” , “Canales de youtube para ver misas online durante la cuarentena”, “Misas por internet y tv porque mejor [es] en directo”, “Celebraciones y misas por internet en redes sociales para evitar contagios coronavirus”, “La iglesia, educando a nuevos líderes con acceso a internet”, “La iglesia se prepara para encarar la amenaza del coronavirus”, “No hay consenso sobre la comunión en línea”, etcétera. 

Las rutinas no requieren de la reflexión o de alguna decisión importante, y los rituales por su lado contienen experiencias con ejercicios de reflexión para convertirse en tales. 

Uno de los elementos que contiene el ritual es que puede surgir de las divisiones sociales. Va la explicación a manera de ejemplo: Quienes no tuvieron las bases de algunas rutinas, por más simples que fuesen, a la hora del encierro, aislamiento o resguardo, definición que está de moda hasta en la academia —al menos para las clases sociales, estratos o tipos de trabajadores con salarios mínimos, que no producen algún producto material en específico—, va a ser muy difícil y complicado interactuar a la hora de hacer alguna actividad, rutina, y de esta rutina cotidiana, hacer nacer un ritual positivo por casi cada actividad, porque para quienes están impelidos a salir a trabajar, el mundo que palpan es de las carencias y se extienden hasta el plano emocional.

A quienes no los alcanza la precariedad laboral, se les han inventado rutinas por televisión e internet (ejercicios de yoga, baile urbano, ejercicios, recetas de cocina, dibujo y pintura, música, congresos), como si mágicamente también los primeros pudieran realizarlas, olvidando el contexto de las personas que viven una desigualdad que les impide el consumo y rutinas alejadas de su realidad colmada de carencias.

Lo interesante del ritual es que hay un punto donde pueden coincidir diferentes clases como si estuvieran en un mismo lugar compartido, a veces sin darse cuenta si pertenecen o no a un grupo dominante. Sobre todo, en el momento de rebasarse las rutinas se da paso a otros tipos de rituales que no edificarán a la familia, donde saldrá lo peor de cada persona; es decir, tipos de elementos somatizados, cuestiones pendientes que nunca se hablaron ni solucionaron, convirtiéndose en prácticas traumáticas o convertidas en acciones de desdén hacia los otros que comparten el mismo espacio. Lo peor: convertir aquéllos en enfermedades físicas.

Hay una intimidad que se va resquebrajando, porque antes, se evitaba o eludía a quienes no se quería ver, encerrándose en su habitación o en sí mismos, y ahora se ven a diario, coincidiendo en horarios, el uso del baño, la cocina, el patio.

Todos ponen los ojos en blanco por fastidio o hartazgo, chasquean la lengua y se evita hablar de ello, y cuando se hace, quien no desea abrir sus pensamientos, simplemente se levanta y se va a hacer cualquier cosa, menos enfrentar las carencias no atendidas desde la niñez, que es donde se moldean las actitudes.

Quienes nunca han atendido alguna actividad de limpieza, cocina, avituallamiento, etc., no lo harán ahora ni nunca. Las formas de encierro o resguardo varían y en esos momentos de corta duración, instantes, chispazos, las personas padecen, sufren y se encuentran del algún modo compartiendo una experiencia, un estado de conciencia común. Es una pena que ese estado liminal no sea permanente ni enseñe nada, porque está claro que sólo en la desgracia esos estados se manifiestan y comparten.

Fuente: McLaren, Peter (2007) La escuela como Performance ritual. Hacia una economía política de los símbolos y gestos educativos. Siglo XXI, México.

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