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martes, 9 de julio de 2019

First time ever: prensa musical, originalidad e inclusión.


Guillermo Emmanuel Pérez Ramírez (Tlaxcala, 9 de julio de 2019) Datos: Domingo, 7 de julio de 2019, 0:08 horas, la cuenta de Facebook del famoso portal musical Pitchfork anuncia que, por primera vez en su historia, reseñaran el soundtrack de un videojuego, a saber, la banda sonora original compuesta por Kōji Kondō (Nagoya, 1961) para el emblemático “The Legend of Zelda: Ocarina of Time,” publicado originalmente el 21 de noviembre de 1998 para el Nintendo 64.
El tono de la nota, y su revelación, se muestran como un hito, la unión primeriza entre dos fuerzas enormes en la industria del entretenimiento: la música y los videojuegos. Tradicionalmente, la prensa musical especializada, llamémosla “seria”, nunca había considerado a la música proveniente de los videojuegos como algo digno de atención, análisis y mucho menos como una opción de escucha real; era un simple accesorio, un adorno en un medio mucho más interesado en mandar a soldados espaciales a disparar contra cualquier cosa que se les cruzara enfrente, que en proporcionar una experiencia estética significativa.
Es más, aquellos que se atrevieran a escuchar esta música por decisión propia, eran relegados al peldaño más bajo de los interesados en la cuestión musical, los bichos raros, los freaks escondidos en los sótanos de las casas de sus padres; no eran más que el punchline en una mala rutina de standup.
Pero, como bien nos muestra la historia del mundo, los ocultos surgen eventualmente, se revelan por miles, incluso millones, toman impulso, tal vez conciencia y se trasforman en una auténtica fuerza, aunque convendría matizar ahora, se transforman en una fuerza “económica”, importante, el mercado los ve, los abraza y los agrega al juego. Los otrora vilipendiados comienzan a dictar las reglas, al menos, algunas.
Contexto: Pitchfork es una publicación musical en línea fundada por Ryan Schreiber a finales de los 90’s en Minneapolis, E.U.A. Inspirada en los fanzines y en las publicaciones underground de la escena indie norteamericana, fue una de las primeras en utilizar el mundo online como vehículo de comunicación entre círculos de entusiastas de la música alejados de las propuestas dadas por los sellos comerciales establecidos.
Nutrida y criada en la época dorada de los blogs musicales de internet, Pitchfork se estableció como la publicación más influyente y respetada durante la burbuja indie en la segunda mitad de los dosmiles. El éxito y repercusión de grupos y artistas como Animal Collective, Grizzly Bear o Bon Iver en buena parte fue alentado por las entusiastas reseñas que en Pitchfork se escribieron sobre ellos.
La escena resplandecía con electricidad. En Octubre de 2015, Condé Nast, una corporación de mass media, que cuenta entre sus propiedades a The New Yorker, Vanity Fair y Vogue, compró totalmente a Pitchfork. En Enero de 2019, Schreiber hizo pública su salida del medio que fundó. Para finales de este año, todos los portales bajo dominio de Condé Nast estarán disponibles bajo paywall, es decir, habrá que pagar para ver sus contenidos. Actualmente, se pueden encontrar reseñas de Ariana Grande, Taylor Swift, Drake, y bandas de metal noruego en la página del medio objeto de este párrafo. 
Análisis: No hay análisis. La prensa musical en occidente, E.U.A. e Inglaterra principalmente, tiene una rica y extraordinaria historia, desde Creem en los 70’s (con el ímpetu del genial Lester Bangs), pasando al reinado cultural de la Rolling Stone en los 80’s, o la NME desintegrando a los Smiths; cada una de ellas representa el auge y caiga de un modelo, no solo musical, sino también de una concepción del mundo, y con él, de los valores más deseados por esa visión.
El viraje, tanto de contenido como editorial hecho por Pitchfork en los últimos años es representativo de esto. Desde la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos de Norteamérica en el 2017, tal pareciera que, de un momento a otro, todo artista, sobre todo aquellos masivos, tuvieran la necesidad de realizar una declaración política o social importantísima.
Todo acto, desde el vestuario, hasta la portada de los álbumes o el diseño de sus escenografías al dar conciertos, debería ser entendido o mejor dicho, interpretado como un acto de conciencia política, un despertar para el empoderamiento individual. Siguiendo esa línea de pensamiento, toda reseña debería ser escrita y  leída en esa la clave, pueden existir otras, claro, pero no importan ahora, se ha dictado la forma relevante, lo siguiente es llenarla.
Lo interesante aquí no es si la música tiene o no tintes políticos, es claro que los humanos podemos tomar cualquier cosa (sonidos, colores, etc) y construir un complejo enramado de significados sobre ello (Wagner, el jazz o el feminismo punk de Sleater-Kinney son buena prueba de ello).
Más bien, me parece que la cuestión debería ser sobre quienes determinan el contenido, manifestaciones y finalidad de dichos discursos. Es fácil y reconfortante subirse a la corriente de ideas codificadas y de consumo rápido, de cumplimiento sencillo y gratificación inmediata. Usar palabras y lugares comunes, reseñar discos de todo tipo y de todos lados para cumplir con la cuota, pero sin profundizar.
La inclusión como valor de tránsito, no estructural. Dictada desde el status quo, no desde la  reflexión interna. Servirá así hasta que venga la siguiente ola y el cambio de marea, de seguro no tarda. 
Resultados: Siendo un entusiasta de la música y los videojuegos, me emocionó ver la nota, el domingo a las 0:08 horas. La leí y esperé ver su repercusión en los medios del otro bando. Revisé y nada, Kotaku, IGN, Eurogamer, Atomix… nada, ninguno hizo eco, pasó el domingo, el lunes. Silencio. 
Por cierto, no era la primera vez que Pitchfork publicaba una reseña sobre música original de un videojuego, en realidad ya tenían dos previas: una, el OST de Max Payne 3 que realizó la banda de noise-rock HEALTH en el 2012; y la otra, en el 2005, para la tercera entrega de la saga Tom Clancy’s Splinter Cell: Chaos Theory, hecha por el gurú de la electrónica Amon Tobin. Al parecer, en la emoción, los chicos y chicas de Pitchfork olvidaron revisar su historial. 

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