Zurya Escamilla Díaz (Apizaco, Tlax., 29 de julio de 2019) Desde
2010, el albergue de la Sagrada Familia ha atendido a cerca de 40 mil personas.
Entre el cinco y siete por ciento de ellos no han sido extranjeros; sino
hombres y mujeres de todas las edades que pertenecen a los sectores marginados
de la sociedad mexicana.
Personas,
no sólo de Apizaco, sino de Tlaxcala y de todo México que viven en la
mendicidad, que han sido víctimas de la violencia, con alguna enfermedad mental
e incluso extraviadas que llegan a la también conocida como Casa del Migrante.
A menudo, canalizadas tanto por la sociedad como las instituciones estatales o
municipales.
La
atención tanto a migrantes como a otras personas en vulnerabilidad corresponde
al Estado Mexicano, a través de sus diferentes instituciones y niveles de
gobierno. Sin embargo, ante la falta de acciones en este rubro, “alguien tiene
que acogerlos”, comenta Sergio Luna Cuatlapantzi, director del albergue.
Es
así que los voluntarios de la Sagrada Familia se han tenido que preparar para
recibir no sólo a la población en tránsito desde Centroamérica; sino para esta
población mexicana, marginada y vulnerable que no encuentra espacio con su
propia familia ni en los programas públicos.
El
director de la casa del Migrante refiere que entre 12 y 15 indigentes llegan
cada año a las puertas de este espacio situado junto a las vías del tren,
llevados por policías municipales de Apizaco, Xaloztoc, Tzompantepec y Muñoz de
Domingo Arenas, dado que no existe otro espacio para darles asilo. Lo mismo
hacen particulares que tienden a confundirlos con migrantes por la ropa sucia;
por esto mismo, si hacen alguna travesura, inmediatamente culpan a los
migrantes; a pesar de que, en los últimos años, no se reportan denuncias oficiales
en su contra.
“Nosotros,
sobre todo por un sentido humano, los recibimos; aunque esto nos trae muchas
complicaciones siempre porque no conocemos la situación que vive la persona y
eso nos obliga a tener protocolos más específicos para atenderlos. A veces, personas
de buena voluntad nos traen indigentes cuando los ven tirados en la calle o
golpeados y no saben a dónde acudir o acuden a las instituciones del municipio
o del estado sin encontrar respuesta”, explica.
También,
llegan a ellos personas con enfermedades físicas y mentales: esquizofrenia,
epilepsia o afectadas por las adicciones. Todos ellos representan un reto para
esta casa y para el personal que en ella labora porque mientras los migrantes
pasan de una a tres noches en ella, los demás pueden permanecer hasta tres
meses.
Tal
es el caso de Lilia. “Ella decía que se llamaba así, pero una vez que
encontramos a sus familiares, nos dijeron que se llama Yolanda y tiene una hija
que se llama Lilia; pero ella no alcanzaba a articular la información que tenía.
Primero nos decía que era de Oaxaca y luego que era de Veracruz.”
En
éste, como en todos los casos, tuvieron que seguir un protocolo de acuerdo a su
perfil -si es infante, mujer, adulto, mexicano, extranjero- para determinar su
grado de vulnerabilidad y saber a qué instancia pueden recurrir: Ministerio
Público, DIF, Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE), Instituto
Nacional de Migración (INM).
Revisan
si hay alguna alerta amber o alerta alba y, si la hay, la presentan con la
autoridad correspondiente. Pero hay otros casos, en los cuales el Ministerio
Público no puede hacer mucho. “Son personas que en todo caso están
extraviadas, pero no hay un delito que perseguir. Entonces toma conocimiento,
pero no la resguarda, avisamos a Locatel y tratamos de que el caso llegue a
todas las instituciones correspondientes”.
En
estos casos, acuden a instancias de los tres niveles de gobierno para localizar
a los familiares, pero cuando no logran hacerlo, el personal del albergue
recurre a una red que han tejido con diferentes organizaciones en el país y más
de 150 albergues de la Pastoral Social para difundir la información. Hacen uso
de la tecnología: Google maps y las redes sociales les han permitido localizar
a por lo menos 10 familias. Sin embargo, mientras desarrollan la búsqueda, las
personas permanecen con ellos.
“No podemos atenderlas indefinidamente,
pero tampoco podemos echarlas. Aún ante la ausencia total de acciones por parte
del Estado. Estos casos nos exigen un esfuerzo mayor porque están aquí tres
meses, tiempo en el que comen, duermen, se enferman. Cuando son mujeres, debemos
estar pendientes de su salud, de su seguridad física, saber si no están
embarazadas”.
Cabe
mencionar que, según el informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos
(CNDH) correspondiente a 2013, en Tlaxcala no hay unidades hospitalarias para
atención médico-psiquiátrica ni centros especializados para personas con
discapacidad psicosocial que sean operados por las instancias públicas.
El
Albergue de la Sagrada Familia surge como una iniciativa de la Pastoral Social
de la Diócesis de Tlaxcala para atender a las personas en tránsito. Por ello,
son las comunidades y parroquias quienes aportan recursos económicos y
materiales; pero a este esfuerzo se suma el de particulares y asociaciones en
diferentes momentos, de diversas formas.
“Con
el Hospital Regional de Apizaco tenemos un acuerdo no escrito de trabajo en el
que, en ciertos casos, recibimos a personas en esta condición para que terminen
de rehabilitarse o recuperarse y ellos, en algún momento, prestan servicio a la
población migrante que a veces nosotros canalizamos”, dice Luna.
La
Cruz Roja y Protección Civil atienden las emergencias, pero en muchos casos
terminan por llevar a las personas hasta este espacio, sobre todo cuando se
trata de mexicanos, hasta que les sea posible partir por su propio pie.
“En
marzo, un tabasqueño al querer subir al tren no logra sujetarse, cae con la
punta del pie y se lo destroza. Le hicieron la amputación en el Hospital
Regional y nos los mandaron.
En esos casos, por lo menos les va tomar tres
meses continuar su camino”.
Con
él, se cuenta el caso de un chiapaneco que -en 2017- requirió la amputación de
una pierna al caer del tren y golpearse con un poste de concreto instalado por
la empresa Ferrosur. También un veracruzano que llegó con el brazo fracturado,
de quien el hospital asumió la operación, mientras que los materiales de la
cirugía fueron asumidos por el albergue y por donativos.
Por
otra parte, atienden a menores que huyen de su casa por diferentes motivos. Tan
sólo en 2018 recibieron a cuatro, entre ellos: un joven de 16 años, oriundo de
Puebla, que no quiso permanecer más de una noche en el albergue. No obstante,
lograron contactar a la familia, a través de Alerta Amber, y brindarles
información para encontrarse.
De igual forma, recibieron a una joven chiapaneca de 15
años que conoció “a un grupo de jóvenes, al parecer hondureños; la enamoran
en ese momento y la chica, sin más decide venir con ellos, suponemos que hubo
abuso sexual. Después de 10 días de viaje, la chica llega aquí y nos manifiesta
que ya no quiere seguir. Para este momento, el grupo ya la había dejado. Lo que
hicimos fue presentar a la chica al Ministerio Público”.
Es
el Sistema Integral para Protección de Niñas, Niños y Adolescentes (Sippina) de
la entidad y su titular -Patricia López Aldave- quien les ha apoyado a atender
estos casos. Si bien, la labor correspondería a la Procuraduría de Protección a
Niñas, Niños y Adolescentes y al DIF, que aún requieren fortalecer sus
protocolos para atender a menores no acompañados, mexicanos o no.
“La
semana antepasada, el DIF canalizó a una persona de Veracruz que venía a buscar
a alguien en Huamantla, pero no lo pudo localizar y no tuvo dónde quedarse. El
DIF municipal nos pidió que lo apoyáramos al menos por una noche. Hace falta un
albergue de este tipo. En temporada de lluvias y época de frío son terribles y
a veces permitimos el ingreso.”
En
muchos casos, la familia ni siquiera busca el reencuentro, comenta el padre
Elías Dávila Espinosa, “incluso podemos intuir que el deseo de algunos de
sus familiares es que no vuelva, que se muera porque muchos han salido de su
casa por conflictos”.
No
obstante, han logrado reunir a muchos con su familia; como el caso de un joven
originario de Xalapa, Veracruz, quien -afectado por las adicciones- trató de
suicidarse y a cuya familia lograron localizar a través de Facebook. “Dios
nos apoya mucho”, comenta el párroco.
“Los
albergues para niños huérfanos, mujeres víctimas de violencia, ancianos, somos
esas mínimas respuestas a toda una problemática que el Estado no ha querido
resolver, no ha querido entrarle. Nosotros, con los mínimos recursos, tratamos
de hacer frente a un desafío. No es solamente el tema del miedo, es un tema de
falta de voluntad política para atender a quienes nadie da un peso por ellos y
eso intentamos ser”,
señala, por último, Sergio Luna.
En
la Casa del Migrante atienden extranjeros y mexicanos en tránsito, a los que se
suman otros grupos a quienes el Estado ha descuidado y a quienes el grueso de
la población también ve con malos ojos. Ese sector que el escrito francés
Víctor Hugo nombró los miserables y que el español Luis Buñuel dio el nombre de
los olvidados.
Por
ello, piden que el miedo colectivo a lo extraño no paralice su labor. Más bien,
exhortan a que se valore el aporte de este espacio a la asistencia social. “Nosotros
atendemos a los más pobres de los pobres. A los que de plano ni siquiera de
atreven a denunciar, como es el caso de Lilia-Yolanda”, termina el padre
Elías.
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