Guillermo Emmanuel Pérez Ramírez (Tlaxcala, Tlax., 25 de junio de 2019) Hace un par de semanas, la editorial académica de la Universidad de Oxford publicó un extracto sobre un libro reciente, cuyo título resulta, por lo menos, curioso: “¿Por qué Superman no se apodera del mundo? Lo que los superhéroes pueden decirnos acerca la economía”.
En apenas unos renglones, el autor, Brian O’Roark, nos plantea el dilema que alimenta sus reflexiones: ¿Por qué un ser todopoderoso habría de renunciar a ejercer su voluntad con tal de mantener un ideal de orden y justicia? O dicho de otra forma, ¿por qué es indispensable que existan una serie de normas y reglas que regulen nuestros comportamientos (y formas de relacionarnos) en pos de un crecimiento económico?
Pensemos, después de todo, Superman ni siquiera es un ser humano en toda regla, es un extraterrestre cuya composición lo hace naturalmente superior (al menos físicamente) a toda criatura terrestre. Cualquier tipo de pacto o contrato social que nosotros, los humanos, hayamos realizado en el pasado no aplicaría necesariamente para él. Un día, simplemente podría despertarse y proclamarse como rey o juez supremo y pocas cosas se podrían hacer para detenerlo.
O´Roark nos adelanta sus respuestas; las mismas que hemos estado esgrimiendo desde hace muchos años: las reglas son necesarias para poner límites a los poderosos y que éstos no abusen.
Por otro lado, debe existir un sistema justo e imparcial que sancione las conductas incorrectas de manera proporcional, evitando que uno tome la justicia en sus propias manos; un empleo correcto de las reglas y normas conduce a un crecimiento económico que a su vez se traduce en desarrollo social, etcétera, etcétera. Nada nuevo bajo el sol realmente, pero lo interesante no está en sus premisas, sino que se esconde en lo obvio, en lo que se da por sentado. El diablo está en los detalles.
Nuestro autor nos dice que para evitar una dominación del mundo por parte de estos súper seres, ellos deben integrarse y respetar al sistema ya existente, custodiando sus instituciones e intereses. Afortunadamente, resulta que el sistema al cual deben alinearse los superhéroes es casualmente el mismo que vela por la vía económica, es decir, el modelo norteamericano, the american way, que para O’roark es simplemente la misma cosa, economía y comportamiento, caso cerrado.
La nave en la que Superman llega a la Tierra se estrella en medio de una granja en el estado de Kansas, “The sunflower state”, en el corazón de los Estados Unidos de Norteamérica. Ahí se forma la personalidad de Clark Kent, el componente humano en la configuración del ente súper poderoso.
Es en esa granja, en un perpetuo verano americano que Superman bebe y absorbe los valores e ideales del estilo americano; eventualmente llegando a utilizar todos sus recursos supra humanos para defender ese modelo de orden y progreso, sin poner en duda, ni un solo instante, su validez o congruencia. El súper hombre existe, y es americano.
O’roark da por sentado que el sistema es bueno, y que por lo tanto, la sujeción al mismo es lo más natural para todos aquellos interesados en hacer el bien. Superman, y por ende todos los que están por debajo de él, deben luchar no solo por la verdad y la justicia, sino también por el modelo en el que esta verdad y justicia son protegidas y reproducidas.
De esta forma, Superman encarna las máximas del american way of life, materializando la imagen del boy scout perfecto, respetando las normas siempre con una risa en el rostro. Pero el miedo nunca desaparece, la amenaza del ser súper poderoso devenido en tirano siempre está latente bajo la capa roja.
En cuanto personaje de ficción, podríamos hacer un caso y decir que Superman es un ideal, y con ello, es la manifestación de un sueño: el anhelo y el miedo congregados en una misma persona, sin poder discernir uno del otro.
En sus trabajos sobre el significado de los sueños, Freud hace alusión a una herramienta para revelar los contendidos inconscientes, a saber, la inversión o transmudación de un elemento en su contrario, es decir, cuando un sueño oculta demasiado su sentido, se deben invertir ciertos elementos de su contenido para que el significado velado aparezca.
Me parece sintomático que la representación de Superman en los últimos años haya girado de esta forma en el mainstream, pasando de ser el modelo del héroe incólume y honorable a la de un potencial villano sobrepasado por su deseo de control y orden. Es esa imagen la que se insinúa en la película “Superman Vs Batman: el origen de la justicia” del 2016 y sobre todo en la saga de videojuegos “Injustice: Dioses entre nosotros”. En ambas se plantan las semillas de un mundo en donde Superman decide imponer su visión despótica de la justicia, sin mayores límites que los de su propia fuerza.
Con todo lo llamativos que puedan parecer estos escenarios, siguen mostrando aspectos de Superman que siempre han estado ahí, latentes dentro de los límites del american way of life. La verdadera gran pregunta que debió plantar Brian O’roark no es si Kal- El debería ajustarse a las normas; de antemano ya sabemos la respuesta, nadie puede escapar a las reglas; por el contrario, ¿qué pasaría si Superman hubiera caído y crecido en un lugar con unas reglas (políticas, económicas y sociales) distintas a las del modelo americano?, algo por ejemplo, no sé, la extinta Unión Soviética.
Esa es justo la premisa de “El hijo rojo”, un comic ideado por Mark Millar en el 2003, y el cual nos plantea este escenario maravilloso: el último hijo de Kripton, ahora es “el campeón de los obreros, que lucha una batalla sin fin a favor de Stalin, el socialismo y la expansión internacional del pacto de Varsovia”; su escudo en el pecho ya no es la “S” roja y amarilla, sino la hoz y el martillo, símbolo de la unión de los trabajadores. La capa roja ondeando sobre el cielo de Moscú.
Es en ese ejercicio del entretenimiento, en donde se esbozan ideas más inquietantes, incluso más provocativas que las encontradas en las esferas del análisis académico dominante de Brian O’roark.
El acto de la imaginación es la fuerza que irrumpe en el continuum férreamente homologado de las leyes del sistema, ante su llave se abren las puertas del anhelo y el miedo, las sobrepasa y nos muestra más opciones, nos recuerda que en este mundo todavía caminan gigantes, incluso en las placidas granjas de Kansas City, en el corazón de la América profunda.
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