Por Guillermo Emmanuel Pérez Ramírez
I
Hace un par de semanas, mientras la
televisión cumplía su función de acompañante y proveedora de ruido de fondo, un
comercial llamó mi atención, en él se anunciaba un juego en línea gratuito,
basado en la popular serie de animación “El Chavo”, que prometía acercar a los
niños a los principios básicos de la programación para computadoras. Todo muy colorido
y didáctico. La idea ciertamente era interesante, me recordó inmediatamente a
un maravilloso set de robots de Lego que había visto el año pasado cuando
buscaba juguetes junto a mis sobrinos. El alegre encargado de mostrar los
robots nos mencionó que ése era un nuevo paquete diseñado para iniciar a los
menores de 7 años en la programación de robots. Al momento de sostener el
control para maniobrar al muñeco, desee que hubieran existido juguetes así
cuando era pequeño.
El pasado 21 de julio, el New York Times
publicó un interesantísimo artículo bajo el título “No, mi pequeño no necesita
aprender a programar”[1], donde su autora repasaba
el creciente campo de juguetes tipo STEM (acrónimo en inglés para los términos
Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) y la veracidad sobre sus
proclamas de estimular e impulsar el desarrollo de las niñas y niños en los
campos técnico – científicos. Para un mercado estimado de 3.6 mil millones de
dólares al año y con un incremento del 66% con respecto al año pasado, resulta
un poco sorprendente que ninguna compañía productora haya pensado en realizar
investigaciones serias para validar las afirmaciones de unos juguetes que,
supuestamente, deberían impulsar las habilidades y actitudes científicas en los
menores de edad. ¿Por qué entonces de este boom
tan intenso?
El texto de Lieber señala un aspecto
clave para entender el ascenso de la cultura STEM: el mercado laboral. Cuando
los indicadores educativos de EUA mostraron que sus estudiantes reportaban
menores puntuaciones en “ciencias duras” que sus contrapartes en otros países,
así como un descenso en el interés de sus adolescentes en carreras y puestos de
trabajo relativos a esas disciplinas,[2] las autoridades educativas
comenzaron un agresivo plan para revitalizar los campos de ciencia y tecnología
con el objetivo de evitar que números puestos de trabajo fueran ocupados por
ciudadanos no estadounidenses. La idea eventualmente se expandió por la
sociedad americana hasta encontrar un nicho en el lucrativo mundo del entretenimiento.
Bajo esta influencia, los juguetes ya no
solo deben divertirnos, sino que
ahora deben enseñarnos explícitamente
algo, su valor recae en cuánto y cuán pronto pueden darnos herramientas
(ventajas) que posteriormente usaremos en el competitivo mercado laboral. Lo
suyo es la lógica de la inversión y la ganancia. En tu hijo, o hija, está en
potencia el próximo Mark Zuckerberg o Elon Musk, únicamente debes dotarlo de
las herramientas adecuadas, por supuesto, entre más pronto mejor. La ironía viene cuando esas promesas de
pragmatismo y rigor científico no están sustentadas en una base auténticamente
científica, sino es suposiciones. No venden hechos, sino la ilusión del mismo.
II
El 27 de julio comenzaron, en varios
estados de la República mexicana, las reuniones entre maestros para ir
preparando el ciclo escolar 2020 – 2021. Ante la crisis sanitaria provocada por
la pandemia del Covid-19 y la imposibilidad de retomar las clases presenciales,
los profesores y cuerpos académicos se esforzaban, contra tiempo, en encontrar
la manera de retomar sus labores docentes acorde a la “nueva normalidad”. La
respuesta que ha tenido mayor eco parece ser, a la vez, la más obvia: usar la
tecnología, específicamente las TIC (Tecnologías de la Información y la
Comunicación). Utilizar las diversas pantallas y aparatos con los que ya
contamos cotidianamente, pero ahora enfocados a la enseñanza - aprendizaje. En
una de esas reuniones pude escuchar el comentario de una profesora externando
sus expectativas respecto a la aplicación de las TIC y las clases en línea. Su
conclusión era simple: las nuevas tecnologías nos iban a permitir “ser mejores
que en la vida real”.
Los juguetes STEAM y las aulas virtuales
son dos sugestivas manifestaciones de una cierta predisposición a equiparar,
sin previa reflexión, lo técnico – científico con la solución total, o dicho de
otro modo, con la verdad. Ya Horkheimer y Adorno nos advertían de esa tendencia,
propia del pensamiento racional burgués, de dotarle un fin último a la razón
instrumental y con ello, a la ciencia, su derivado: “La ciencia misma no tiene
ninguna conciencia de sí; es un instrumento. Pero la Ilustración es la
filosofía que identifica verdad con sistema científico”,[3] nosotros hemos ido un paso
más allá y ahora equiparamos tecnología con verdad, entendida ésta como la
respuesta universal a cualquier pregunta.
Las pantallas táctiles, la
red 5G y los juegos de química no van a salvar por sí solos las carencias
estructurales del sistema educativo. Tampoco van a formar perfectos niños
prodigios de la ciencia. Sería triste depositar todas nuestras esperanzas en
utensilios con cualidades tan limitadas. Una y otra vez regreso a aquel párrafo
de Lefranc Weegan sobre la imposibilidad de modelar al humano con la técnica
como eje rector:
“Las
manifestaciones técnicas no definen al ser humano sino el momento histórico. La
rueda, la máquina de vapor, las naves espaciales o la telefonía celular no han
transformado en realidad al ser humano.
Es decir, la
capacidad técnica caracteriza al ser humano pero no lo determina; no somos los
seres del espacio, como no fuimos antes los autómatas mecánicos”[4]
[1] Lieber, Chavie, “No, My Toddler Doesn’t Need to Lear to Code”, The
New York Times, 21 de julio de 2020. Disponible en: https://www.nytimes.com/2020/07/21/parenting/stem-toys-kids.html?fbclid=IwAR07SMZqCpkD-36-i4y2HouVup09_9CFcgoht3AAG9BerePMpMCO1ENBGEA
[2] Wyss, V. L., Heulskamp, D. y Siebert, C., “Increasing middle school
student interest in STEM careers with videos os scientists”, International
Journal of Environmental & Science Education, Vol. 7 No.4. Octubre de 2012.
Disponible en: https://files.eric.ed.gov/fulltext/EJ997137.pdf
[3] Horkheimer, M. y Adorno, T. W., “Dialéctica de la Ilustración”;
Editorial Trotta, Madrid, 2009, p. 132
[4] Lefranc Weegan, Federico, “Los sujetos de
la SIC”, en Derecho y TIC. Vertientes actuales, UNAM, Instituto de
Investigaciones Jurídicas, México, 2016, p. 36. Disponible en: https://biblio.juridicas.unam.mx/bjv/detalle-libro/4065-derecho-y-tic-vertientes-actuales
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